GRACIAS
ESKERRIK ASKO

La familia de Ramón Jiménez Martínez “Zape” agradece de todo corazón al personal de la Residencia de Txagorritxu, a los internos y al Padre Miguel el trato y las muestras de afecto por él y por nosotros recibidas.

Siempre estaremos en deuda con todos vosotros.


Palabras de agradecimiento expresadas, en nombre de la familia, por Ramón Jiménez Fraile durante la misa funeral celebrada en la iglesia de San Miguel de Vitoria – Gasteiz el 29 de octubre de 2018

Nos hemos reunido hoy para decir adiós a una persona, a Ramón, el hijo de Carmen y de Víctor; el nieto de Millana (que también alcanzó los 94 años de edad). Víctor, de Sastrería Jiménez, y Millana “la Cacharrera”, dos generaciones de comerciantes de la Calle Mateo Moraza, en la que nació Ramón en 1924.

Ramón era el hermano pequeño de Joaquín (al que enviamos un fuerte abrazo) y de la fallecida Estrella.

Desde los 14 años, trabajó en el Banco de Vitoria, el banco más antiguo de la ciudad.

Se casó con Manolita, con quien ha compartido, si los cálculos no me fallan, casi 70 años de vida.

Es nuestro padre – el de mi hermano Jimmy y el mío – y es el abuelo de nuestros hijos.

Como marido, como padre, como abuelo, ocupa un papel central en nuestra vida de familia y dejará un vacío del que aún no somos conscientes.

En nombre de la familia quiero expresar nuestro agradecimiento por las muestras de afecto recibidas y por las que estén por llegar.

También estamos aquí reunidos para decir adiós no solo a la persona, sino al personaje. Como tal, como personaje, el vacío que deja afecta a todos aquellos a los que, en algún momento de sus vidas, Ramón, o mejor dicho Zape, les hizo pasar un buen momento.

Cuando Zape cumplió 37 años, en 1961, la prensa vitoriana anunció que Zape había superado las 1.000 actuaciones. “Aunque en numerosas ocasiones lo ha hecho en un aspecto profesional – decía un artículo – su debilidad son los espectáculos benéficos, pudiéndose afirmar que no existe sanatorio, cárcel, asilo, hospicio ni ningún centro de caridad donde la risa emanada de los chistes y las parodias de Zape no se haya esparcido, convirtiendo el dolor del prójimo en verdaderas serpentinas multicolores de ilusión y alegría“.

Sea cual fuera la causa, lo cierto es que Zape tenía una necesidad imperiosa de prodigarse en público, siempre en clave de chirigota, ya fuera sobre un escenario o aprovechando un encuentro casual en plena calle.

Supongo que la jocosa realidad virtual que él había creado, la alegre burbuja en la que vivía, le proporcionaba mayor satisfacción que las prosaicas existencias de quienes le reíamos las gracias.

Dicho esto, me pregunto qué serían nuestras sociedades, nuestras familias, sin seres excepcionales, sin seres con vena artística que viven instalados en su arte, como el de Ramón con su don especial para hacer reír.

¡Y qué serían esos seres excepcionales sin tener la suerte, la inmensa suerte, de estar apoyados, sostenidos, por personas no menos excepcionales sin las cuales sus vidas serían un absoluto marasmo!

En el caso de nuestro padre, de vuestro abuelo, esa persona excepcional es su mujer Manolita, la joven y bella cordobesa de la que quedó prendado una tarde de domingo en un baile de jotas, siendo ella la única que no salía a bailar.

Mamá: desde aquel primer encuentro vuestro, o mejor aún desde que fuiste con una amiga a la casa de sus padres para devolverle el paraguas que a buen seguro él había dejado a posta, has velado por él, le has tenido atendido, acompañado, alimentado, vestido, mimado, admirado… en suma, querido.

Con tu entrega y dedicación nos has dado una lección que nunca olvidaremos.

Y ya que Zape tuvo en vida, e incluso hoy, su ración de aplausos que tanto le gustaban, pido para Manolita, nuestra madre, nuestra abuela, algo que a ella no le va a hacer ninguna gracia, pero que con toda justicia se merece. Pido para ella una ovación, una fuerte ovación.

Gracias.